noviembre 17, 2009

La banca de los recuerdos II


Un lunes por la tarde después del almuerzo Alicia subió a su habitación para ponerse ese vestido rojo que Daniel adoraba ver cada vez que ella paseaba por las calles, después de ponerse su perfume preferido y peinar esos rizos negros que dejaba caer por su espalda, se sentó en la cama. Algo angustiada se puso a pensar, ¿Cuánto tiempo más soportaría estar alejada de Daniel? ¿Por cuánto tiempo su amor tenía que estar separado por un par de paredes? Ya no veía la hora de escaparse con él, irse lejos donde nada sea un impedimento para ellos. Lo amaba, ella lo sabía muy bien. Aunque todos digan que eran muy jóvenes para saber lo que era realmente amor. Después de un momento se paro y decidió salir, pues se decía a si misma que era peor quedarse en casa y atormentarse.

Entonces salió, y caminado en dirección al sol termino su paseo en la banca de siempre, el, como todas las tardes la esperaba en su ventana, sus miradas se encontraron y ella le regalo una sonrisa al tiempo que él le guiñaba el ojo, después de un rato ella se paro, le sonrió por última vez aquel día y camino hacia su casa, pensando que ganas no le faltaban para salir corriendo en su encuentro.

Pasaban los días, y ese pensamiento de angustia se apoderaba más de ella, ya no soportaría un día más separada de Daniel, pero sabía que su padre haría todo por impedirlo. Después de todo lo único que mantenía sus sentidos despiertos era ese paseo a luz del ocaso cada tarde de abril, esperando llegar a esa banca para contemplarlo como la primera vez. Tenía que hallar la forma de estar con él, se necesitaban como los hombres necesitan el aire, no veía el día de estar entre sus brazos, y decirle al oído cuanto lo amaba.

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